El tiempo suspendido en las noches blancas.
Lanata viaja 12.225 km hasta el archipiélago de Hvaler, en el extremo del Fiordo de Oslo, para saber si en verdad existe ese hombre del que le habló su amigo Luis Rigou: un maestro, capitán de barcos, constructor, empecinado profesor que adopto a 33 niños tibetanos y que fue premiado por el Rey de Noruega con la Medalla de Oro al Mérito.
El hombre se llama Jan Arntzen.
Lanata lo encuentra en la minúscula isla de Spjærøy.
“Los chicos se reian y me llamaban Amdo, esas fueron las primeras palabras que aprendí en tibetano”, recuerda Jan, 50 años después.
Lanata sale en busca de aquellos chicos, que hoy ya tienen su propia familia, para que le confirmen la historia.
Encuentra a Pempa Thondrup, Sonam Topgyal y Tenzin Kalsang.
“Prestar la casa para 33 niños victimas de la guerra es una forma muy altruista de actuar”, le dice Tenzin.
“Le explicamos que Amdo significa fuerte y duro, pero al mismo tiempo gentil como un cordero”, le cuenta Sonam.
“China ocupó el Tibet en 1959, yo vivía en un monasterio con mi tio, pasamos tres o cuatro meses en camino hacia la india. Jan Arntzen dio más de lo que tenía, su generosidad es algo increíble”, insiste Tenzin.
Jan recuerda las crudas historias de esos chicos que escaparon del Tibet y cruzaron el Himalaya hacia el exilio, sobre todo la de un niño al que su padre debió atar a un caballo cuando ya no daba más de tanto caminar para que lo arrastrara hasta la frontera con la India.
Y le cuenta a Lanata cómo fue que junto a su esposa Wenche decidieron llevárselos a vivir con ellos en Noruega.
“Papá y mamá no intentaron inculcarles la cultura noruega, les respetaron la propia”, cuentan Helene y Julie, hijas de Jan. Julie se para y baila para Lanata el “rock tibetano” que le enseñaron, de niña, sus hermanos adoptivos.
“Papa es un hombre de acción, no de palabras: incluye a la gente, les muestra que los necesita”, dice Helene.
En Paris, Luis Rigou, amigo de Lanata y esposo de Helene, dice: “De Jan aprendi el coraje”.
Lanata viaja 12.225 km hasta el archipiélago de Hvaler, en el extremo del Fiordo de Oslo, para saber si en verdad existe ese hombre del que le habló su amigo Luis Rigou: un maestro, capitán de barcos, constructor, empecinado profesor que adopto a 33 niños tibetanos y que fue premiado por el Rey de Noruega con la Medalla de Oro al Mérito.
El hombre se llama Jan Arntzen.
Lanata lo encuentra en la minúscula isla de Spjærøy.
“Los chicos se reian y me llamaban Amdo, esas fueron las primeras palabras que aprendí en tibetano”, recuerda Jan, 50 años después.
Lanata sale en busca de aquellos chicos, que hoy ya tienen su propia familia, para que le confirmen la historia.
Encuentra a Pempa Thondrup, Sonam Topgyal y Tenzin Kalsang.
“Prestar la casa para 33 niños victimas de la guerra es una forma muy altruista de actuar”, le dice Tenzin.
“Le explicamos que Amdo significa fuerte y duro, pero al mismo tiempo gentil como un cordero”, le cuenta Sonam.
“China ocupó el Tibet en 1959, yo vivía en un monasterio con mi tio, pasamos tres o cuatro meses en camino hacia la india. Jan Arntzen dio más de lo que tenía, su generosidad es algo increíble”, insiste Tenzin.
Jan recuerda las crudas historias de esos chicos que escaparon del Tibet y cruzaron el Himalaya hacia el exilio, sobre todo la de un niño al que su padre debió atar a un caballo cuando ya no daba más de tanto caminar para que lo arrastrara hasta la frontera con la India.
Y le cuenta a Lanata cómo fue que junto a su esposa Wenche decidieron llevárselos a vivir con ellos en Noruega.
“Papá y mamá no intentaron inculcarles la cultura noruega, les respetaron la propia”, cuentan Helene y Julie, hijas de Jan. Julie se para y baila para Lanata el “rock tibetano” que le enseñaron, de niña, sus hermanos adoptivos.
“Papa es un hombre de acción, no de palabras: incluye a la gente, les muestra que los necesita”, dice Helene.
En Paris, Luis Rigou, amigo de Lanata y esposo de Helene, dice: “De Jan aprendi el coraje”.
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