Xiuhtecuhtli (en náhuatl: xiuhtecuhtli, ‘señor de la hierba’‘xihuitl, hierba; tecuhtli, señor’) en la mitología mexica, es el dios del fuego y el calor. Se le representaba con un rostro rojo o amarillo y con aspecto de un hombre anciano, su contraparte femenina era la diosa Chantico. En el final del xiuhmolpilli —período de 52 años— se temía que los dioses se apartasen de los humanos dejándolos a su suerte, y para evitarlo se celebraban festines en honor de Xiuhtecuhtli y se realizaban sacrificios humanos en los que se inmolaba a un cautivo ataviado con el ropaje del dios tras haberle extraído su corazón.
Xihuitl originalmente significa hierba, y además. por extensión, tambien tiene las acepciones de año, turqueza y cometa. Xiuhtecuhtli era el regente del fuego, los antiguos mexicanos encendían el fuego frotando una vara contra una viga y una ves que la viga generaba un poco de brasa por la fricción, se le acercaba un puñado de hierbas secas para que la brasa se transmitiera a la hierba, y cuando eso sucedía, se le soplaba al puño de hierba hasta que levantaba la flama. Así que propiamente ellos generaban el fuego a partir de hierbas y madera, y es por eso que Xiuhtecuhtli. Xiuhtli también significa año, probablemente porque las hierbas reverdecen y se secan en el transcurso de las estaciones del año, así que las estaciones fueron primero que nada observadas en el reverdecimiento y en el posterior secado de las hierbas. Xihuitl además significa turquesa, probablemente por el color verde que lo asocia automáticamente a las plantas.
,"xiutláltic" significa verdor "xiuhízuatl" lo relacionado con la yerba "xiuhtla" lugar lleno de hierba, "xiuitl" o "xiuhitl" significa atado de hierba o varas verdes, por extensión se llama así a la cuenta de los años y los días; Xiutecutli o Xiuhtecuhtli es el señor del año, y su contraparte Chantico son personificaciones de los dioses padres de los dioses y de la humanidad, los Huehuetéotl, los dioses viejos, mismos que fueron los Ometéotl; literalmente, Ometecuhtli y Omecíhuatl literalmente los "Dios dos"; Su primera fiesta se celebraba a principios del mes de Xocohuetzi, la segunda a final del mes Izcalli, último del año, Xiutlaltla significa tener hambre, pero sin relación con Xiutecuhtli, la palabra se relaciona con tlatle o tlalti sufijo para cosas relacionadas con la tierra: "tlatletontli", montón de tierra, "tlatelolco" montón de arena; La ceremonia del fuego nuevo en lo que respecta al sacrificio se verificaba encendiendo fuego sobre el pecho del sacrificado esto según los cronistas españoles.
"Xiuhtl" o "Xihuitl" o atado de hierbas significa año, el xiuhmolpilli es la cuenta de 52 años de los días solares por lo tanto es la cuenta de los días de fuego. El señor del año es xiutecutli, inventor y posedor de la cuenta de los años o "Xiutlalpilli" o atado de hierbas o cuenta de los años, y el Xiutlapoalamatl de xiu; hierba poalli; cuenta y amatl; papel o libro, era la cuenta de los años; Como otros dioses nahuas Xiuhtecuhtli y Xiuhtecíhuatl (Chantico) son herencia de culturas anteriores asimilados al panteón nahua originalmente era el dios del fuego, el abuelo de los hombres, el dueño del tiempo, y se le representa como un anciano que carga un brasero; Por último, Ometeotl es también los Tonacatéotl, es decir, el dios creador de nuestra carne, tonacatl en nahua y se representan en Tonacatecuhtli el dios y la diosa de nuestra carne, la Tonacacíhuatl.
Chalchitlicue es la señora de las aguas quietas por extensión esposa o contraparte de Tláloc, señor de la lluvia o de las aguas móviles nombre antiguo no nahua que algunos autores traducen como "sobre la tierra". Ometéotl habita en el Omeyocan, el lugar del dos o lo doble, y desde ahí crea el Anáhuac o el lugar rodeado de agua que ahora se conoce como América. En otras culturas mesoamericanas Yahui es el nombre de la Serpiente de fuego en la cultura mixteca. Aparece representado en varios códices mixtecos, como el Nuttall; En la mitología mexica, Xiuhtecuhtli también es llamado Huehuetéotl (este último nombre de significado dios viejo), dios del fuego y el calor que generalmente se le representaba con un rostro rojo o amarillo y con aspecto de un hombre anciano.
Los mexicas consideraban al universo como una gran flor de cuatro pétalos, Tenochtitlán estaba al centro. Los puntos cardinales eran representados por los pétalos; la región del este tenía el glifo acatl (la caña), el oeste calli (casa), el norte tecpatl (cuchillo de pedernal) y el sur tochitl (conejo). Una tradición heredada de los toltecas fue la adoración del Sol, quien regía en todos los seres y para honrarlo era necesario ofrecerle corazones y sangre de guerreros sacrificados.(INAH)[3] Por lo tanto, cada 52 años, con el inicio de los calendarios (religioso y civil), los sacerdotes efectuaban la ceremonia del Fuego Nuevo, evitando la muerte del Sol para evitar la total oscuridad del universo, surgían entonces los tsitsimeme (devoradores de humanos).[3]
Al atardecer del día de la ceremonia, los sacerdotes se vestían con sus mejores galas, y bajo la coordinación de un sacerdote de Copilco, iban a la cima del Huizachtecatl para hacer la ceremonia. Se presentaba a un prisionero en el altar principal, al cual, durante la ceremonia se ponía fuego en el pecho con un madero o mamahuastli para encender el Fuego Nuevo; en tanto, la gran Tenochtitlán y sus vecinos permanecían en completa oscuridad.[3]
El cerro de La Estrella es una eminencia orográfica que se levanta en el centro de la delegación Iztapalapa, en el oriente del Distrito Federal de México. Es un punto geográfico de gran importancia arqueológica, puesto que en sus faldas se han descubierto indicios de antiguos asentamientos humanos cuya antigüedad se remonta hasta el Preclásico mesoamericano. Según información histórica, los antiguos habitantes del Valle de México se referían a este sitio como Huizachtecatl. Este lugar fue muy importante para los mexicas, pues en el se efectuaba la ceremonia del Fuego Nuevo, ésta con mucha importancia ritual para los pobladores de la región.[3 Los Colhuas fueron los primeros en utilizar la cima del cerro para realizar la ceremonia del Fuego Nuevo. Fuentes históricas establecen que se llevaron a cabo cuatro de estas ceremonias en 1351, 1403, 1455 y 1507. La gran Tenochtitlán fue invadida antes de poder realizar la quinta ceremonia.[3]
Los indicios más antiguos de ocupación humana en el territorio de Iztapalapa proceden del pueblo de Santa María Aztahuacan. En ese lugar, en 1953 fueron encontrados los restos de dos individuos que, según los análisis de la Facultad de Estudios Superiores de Zaragoza (UNAM) y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, tienen una antigüedad aproximada de nueve mil años.[4]
Materiales arqueológicos más recientes indican la ocupación continua de las laderas del cerro de la Estrella, por lo menos desde el Preclásico. En aquella época, aquí se debió establecer alguna aldea que estaba relacionada con la cultura de Cuicuilco. El declive de esta cultura, cuyo centro era la población del mismo nombre en el sur del valle de México, debió ocurrir en aproximadamente por el siglo II d. C., y posiblemente esté relacionada con la erupción del volcán Xitle.[5]
Hacia el final del preclásico debió dar comienzo la ocupación de Culhuacán. Durante el periodo clásico, Culhuacán, como la mayor parte de las poblaciones del valle de México y de Mesoamérica, fue parte de un sistema de intercambio comercial que tuvo a Teotihuacan como centro. Tras la caída de esta ciudad, aproximadamente en el siglo VIII d. C., algunos de sus pobladores se refugiaron en los antiguos pueblos ribereños del lago de Texcoco como Culhuacán. Allí permaneció un reducto cultural teotihuacano que se fusionó con los pueblos guerreros que migraban hacia el centro de México.
Principiaba en el Templo mayor de Huitzilopochtli en Tenochtitlan. En el día final del ciclo azteca, cada cincuenta y dos años en la llamada "Toxiuhmolpilia" (átense nuestros años); representaba la cuenta de los años según la tabla del inventor Quetzalcóatl. El pueblo se reunía en la plaza, ante la pirámide de Huitzilopochtli al medio día. Los cuatro sacerdotes representativos de los cuatro Dioses creadores, que enviaron a la Tierra los del decimotercer cielo; Ometecutli y Omecíhuatl (dos señor y dos señora) subían las trece gradas del Teocalli y en la plataforma daban trece vueltas simbólicas, deteniéndose en cada señal de los cuatro puntos cardinales, de la cuenta de los años aztecas del ciclo Nahoa (13 x 4 años =52 años), al son de melancólicos caracoles, chirimías, teponaxtles y huéhuetles. La primera vuelta principiaba por el Sur o huitztlampa.- El que representaba a Huitzilopochtli, iba vestido de azul con un águila en la mano, se adelantaba y decía: ¡ce Tochtli! -"un conejo"-, repetían los demás sacerdotes Dioses (al tomar un conejo y con las manos en alto Huitzilopochtlilo ofrecía a Tonatiuh y giraba, dando una vuelta completa). Después, al dirigirse todos los sacerdotes al Oriente o tlapcopa.- Le tocaba el turno al Dios sacerdote de la siembra Xipe Tótec, el que se vestía con la piel desollada, el del ropaje rojo, empuñando dos cañas giraba dos veces con la mirada en el cielo y pronunciaba: ¡ome ácatl! -"dos cañas"-, respondían los demás. Caminaban lentamente hacia el Norte o mictlampa.- El Dios Tezcatlipoca, todo de negro, cubierto con una piel de jaguar; en su cetro, un espejo de obsidiana; en alto mostraba tres cuchillos de pedernal, al girar tres vueltas decía: ¡yei Técpatl! -"tres cuchillos de pedernal, tres años"- contestaban los acompañantes Dioses sacerdotes. Luego se deslizaban al Poniente o cihuatlampa.- Descansaban un poco, se adelantaba el sacerdote Dios Quetzalcóatl, ataviado de blanco con una estrella refulgente pintada en la espalda y sosteniendo en una mano el planeta Venus; se apoyaba en un báculo en forma de serpiente emplumada; levantaba las manos hacia el cielo y exclamaba: ¡nahui calli! respondían -"cuatro casas, cuatro años, la morada de las Diosas Mujeres"-, y con respeto los demás sacerdotes se inclinaban con una reverencia, rendían pleitesía a las mujeres muertas convertidas en Diosas, mientras Quetzalcóatl terminaba los cuatro giros sobre sí mismo. Al final de los cuatro años, después de caminar hacia los cuatro puntos cardinales, comienza el quinto año, es la segunda vuelta para contar otros cuatro años; seguían dando vueltas sobre la plataforma hasta la vuelta decimotercera; se adelantaba Huitzilopochtli al: Sur o huitztlampa. Huitzilopochtli gritaba: ¡Toxiuhmolpilia! Todos gritaban ¡Toxiuhmolpilia! -"se atan nuestros años" ¡cincuenta y dos años! - ¡Toxiuhmolpilia! Repetían estruendosamente las voces del pueblo.
Invocaban la ayuda de sus Dioses para otros cincuenta y dos años: ¡Tonatiuh! ¡Huitzilopochtli! ¡Quetzalcóatl! (mientras giraban los cuatro Dioses sacerdotes),y al detenerse, se apagaban las llamas de los cuatro pebeteros situados en los cuatro puntos cardinales, callaban las voces y el acompañamiento musical; en silencio bajaban la escalinata de la pirámide. Los residentes tenochcas regresaban a sus hogares. Toda la muchedumbre formada por sacerdotes, reyes, gobernadores o caciques, guerreros, enviados especiales de todos los confines del vasto Imperio Nahoa, se encaminaban hacia el Cerro del Uizachtécatl o de la Estrella al atardecer.
Otro aspecto de este día. Consistía en arrojar al cieno de la laguna todos los ídolos de sus Dioses, así como sus utensilios domésticos: esteras o petates, las piedras del fogón, los incensarios y cuanta lumbre había se apagaba; las casas quedaban limpias, vacías; ayunaban, se punzaban las orejas con espinas de maguey y sangraban.
En todo el Imperio invadía la incertidumbre de la muerte o de la vida. Hasta en los pueblos conquistados más allá de las montañas que circundaban por doquier se escuchaban sollozos, lamentos e invocaciones a los Dioses para que les concediera la prolongación de la vida, otros cincuenta y dos años "Un Tonatiuh resplandeciente".
Fray Juan de Torquemada relata que llegado el último día del ciclo, en todo el reino se esperaba con miedo lo que aconteciera, porque creían que si no se sacaba fuego se acabaría el mundo y sería el fin de la humanidad y que aquella noche y aquellas tinieblas serían perpetuas, que el sol no volvería a nacer ni a aparecer por el horizonte y que de arriba vendrían y descenderían los tzitzimime -demonios feos y terribles- que se comerían a los hombres. Por todo esto se instituyó la ceremonía del fuego nuevo.
De ésta ceremonia dice Fray Bernardino de Sahagún describió que, acabada la rueda de los años del ciclo, se hacía una gran fiesta que llamaban Toxiuhmolpilli que significa "atadura de los años", y que se hacía cada cincuenta y dos años. Cuando se acercaba el día señalado para sacar el fuego nuevo, cada vecino de México arrojaba el agua de las acequias o la laguna a los dioses que tenían en su casa, las piedras del hogar y los texólotl para moler, y limpiaban muy bien las casas y apagaban todas las lumbres.
El lugar señalado donde se hacía la dicha nueva lumbre era encima de una sierra que se llamaba Huixachtlán o Huizachtépetl —situada entre los pueblos de Iztapalápan y Culhuacán— donde se hacía la lumbre a media noche y el palo de donde se sacaba el fuego estaba sobre el pecho de un cautivo tomado en la guerra; sacaban la lumbre de un palo bien seco con otro palillo largo y delgado como asta y cuando acertaban a sacarla y estaba ya hecha inmediatamente abrían las entrañas del cautivo, le arrancaban el corazón y lo arrojaban en el fuego atizándole con él y todo el cuerpo se consumía en la lumbre.
En la víspera de la fiesta, ya puesto el sol, los sacerdotes se vestían como los dioses y caminaban despacio y en silencio desde el centro y llegaban al cerro de la estrella casi a la media noche. Mientras tanto el resto de la población esperaba con miedo, algunos en lugares altos, a que apareciera la lumbre en lo alto del cerro y una vez vista la luz, se cortaban las orejas, adultos y niños, para tomar su sangre y esparcirla en dirección al fuego.
Mientras en lo alto del cerro, los sacerdotes tomaban el fuego y se lo daban a corredores muy ligeros que iban con rapidez a repartir la lumbre a las diversas poblaciones. Los de Tenochtitlán llevaban las teas de pino primero al templo de Huitzilopochtli y de ahí a otros templos y a sus aposentos, así como al resto de la ciudad llenando cada rincón de luz y regocijo.
Así los pobladores renovaban sus alhajas, vestidos y colocaban petates nuevos en señal del ciclo que comenzaba.
Xihuitl originalmente significa hierba, y además. por extensión, tambien tiene las acepciones de año, turqueza y cometa. Xiuhtecuhtli era el regente del fuego, los antiguos mexicanos encendían el fuego frotando una vara contra una viga y una ves que la viga generaba un poco de brasa por la fricción, se le acercaba un puñado de hierbas secas para que la brasa se transmitiera a la hierba, y cuando eso sucedía, se le soplaba al puño de hierba hasta que levantaba la flama. Así que propiamente ellos generaban el fuego a partir de hierbas y madera, y es por eso que Xiuhtecuhtli. Xiuhtli también significa año, probablemente porque las hierbas reverdecen y se secan en el transcurso de las estaciones del año, así que las estaciones fueron primero que nada observadas en el reverdecimiento y en el posterior secado de las hierbas. Xihuitl además significa turquesa, probablemente por el color verde que lo asocia automáticamente a las plantas.
,"xiutláltic" significa verdor "xiuhízuatl" lo relacionado con la yerba "xiuhtla" lugar lleno de hierba, "xiuitl" o "xiuhitl" significa atado de hierba o varas verdes, por extensión se llama así a la cuenta de los años y los días; Xiutecutli o Xiuhtecuhtli es el señor del año, y su contraparte Chantico son personificaciones de los dioses padres de los dioses y de la humanidad, los Huehuetéotl, los dioses viejos, mismos que fueron los Ometéotl; literalmente, Ometecuhtli y Omecíhuatl literalmente los "Dios dos"; Su primera fiesta se celebraba a principios del mes de Xocohuetzi, la segunda a final del mes Izcalli, último del año, Xiutlaltla significa tener hambre, pero sin relación con Xiutecuhtli, la palabra se relaciona con tlatle o tlalti sufijo para cosas relacionadas con la tierra: "tlatletontli", montón de tierra, "tlatelolco" montón de arena; La ceremonia del fuego nuevo en lo que respecta al sacrificio se verificaba encendiendo fuego sobre el pecho del sacrificado esto según los cronistas españoles.
"Xiuhtl" o "Xihuitl" o atado de hierbas significa año, el xiuhmolpilli es la cuenta de 52 años de los días solares por lo tanto es la cuenta de los días de fuego. El señor del año es xiutecutli, inventor y posedor de la cuenta de los años o "Xiutlalpilli" o atado de hierbas o cuenta de los años, y el Xiutlapoalamatl de xiu; hierba poalli; cuenta y amatl; papel o libro, era la cuenta de los años; Como otros dioses nahuas Xiuhtecuhtli y Xiuhtecíhuatl (Chantico) son herencia de culturas anteriores asimilados al panteón nahua originalmente era el dios del fuego, el abuelo de los hombres, el dueño del tiempo, y se le representa como un anciano que carga un brasero; Por último, Ometeotl es también los Tonacatéotl, es decir, el dios creador de nuestra carne, tonacatl en nahua y se representan en Tonacatecuhtli el dios y la diosa de nuestra carne, la Tonacacíhuatl.
Chalchitlicue es la señora de las aguas quietas por extensión esposa o contraparte de Tláloc, señor de la lluvia o de las aguas móviles nombre antiguo no nahua que algunos autores traducen como "sobre la tierra". Ometéotl habita en el Omeyocan, el lugar del dos o lo doble, y desde ahí crea el Anáhuac o el lugar rodeado de agua que ahora se conoce como América. En otras culturas mesoamericanas Yahui es el nombre de la Serpiente de fuego en la cultura mixteca. Aparece representado en varios códices mixtecos, como el Nuttall; En la mitología mexica, Xiuhtecuhtli también es llamado Huehuetéotl (este último nombre de significado dios viejo), dios del fuego y el calor que generalmente se le representaba con un rostro rojo o amarillo y con aspecto de un hombre anciano.
Los mexicas consideraban al universo como una gran flor de cuatro pétalos, Tenochtitlán estaba al centro. Los puntos cardinales eran representados por los pétalos; la región del este tenía el glifo acatl (la caña), el oeste calli (casa), el norte tecpatl (cuchillo de pedernal) y el sur tochitl (conejo). Una tradición heredada de los toltecas fue la adoración del Sol, quien regía en todos los seres y para honrarlo era necesario ofrecerle corazones y sangre de guerreros sacrificados.(INAH)[3] Por lo tanto, cada 52 años, con el inicio de los calendarios (religioso y civil), los sacerdotes efectuaban la ceremonia del Fuego Nuevo, evitando la muerte del Sol para evitar la total oscuridad del universo, surgían entonces los tsitsimeme (devoradores de humanos).[3]
Al atardecer del día de la ceremonia, los sacerdotes se vestían con sus mejores galas, y bajo la coordinación de un sacerdote de Copilco, iban a la cima del Huizachtecatl para hacer la ceremonia. Se presentaba a un prisionero en el altar principal, al cual, durante la ceremonia se ponía fuego en el pecho con un madero o mamahuastli para encender el Fuego Nuevo; en tanto, la gran Tenochtitlán y sus vecinos permanecían en completa oscuridad.[3]
El cerro de La Estrella es una eminencia orográfica que se levanta en el centro de la delegación Iztapalapa, en el oriente del Distrito Federal de México. Es un punto geográfico de gran importancia arqueológica, puesto que en sus faldas se han descubierto indicios de antiguos asentamientos humanos cuya antigüedad se remonta hasta el Preclásico mesoamericano. Según información histórica, los antiguos habitantes del Valle de México se referían a este sitio como Huizachtecatl. Este lugar fue muy importante para los mexicas, pues en el se efectuaba la ceremonia del Fuego Nuevo, ésta con mucha importancia ritual para los pobladores de la región.[3 Los Colhuas fueron los primeros en utilizar la cima del cerro para realizar la ceremonia del Fuego Nuevo. Fuentes históricas establecen que se llevaron a cabo cuatro de estas ceremonias en 1351, 1403, 1455 y 1507. La gran Tenochtitlán fue invadida antes de poder realizar la quinta ceremonia.[3]
Los indicios más antiguos de ocupación humana en el territorio de Iztapalapa proceden del pueblo de Santa María Aztahuacan. En ese lugar, en 1953 fueron encontrados los restos de dos individuos que, según los análisis de la Facultad de Estudios Superiores de Zaragoza (UNAM) y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, tienen una antigüedad aproximada de nueve mil años.[4]
Materiales arqueológicos más recientes indican la ocupación continua de las laderas del cerro de la Estrella, por lo menos desde el Preclásico. En aquella época, aquí se debió establecer alguna aldea que estaba relacionada con la cultura de Cuicuilco. El declive de esta cultura, cuyo centro era la población del mismo nombre en el sur del valle de México, debió ocurrir en aproximadamente por el siglo II d. C., y posiblemente esté relacionada con la erupción del volcán Xitle.[5]
Hacia el final del preclásico debió dar comienzo la ocupación de Culhuacán. Durante el periodo clásico, Culhuacán, como la mayor parte de las poblaciones del valle de México y de Mesoamérica, fue parte de un sistema de intercambio comercial que tuvo a Teotihuacan como centro. Tras la caída de esta ciudad, aproximadamente en el siglo VIII d. C., algunos de sus pobladores se refugiaron en los antiguos pueblos ribereños del lago de Texcoco como Culhuacán. Allí permaneció un reducto cultural teotihuacano que se fusionó con los pueblos guerreros que migraban hacia el centro de México.
Principiaba en el Templo mayor de Huitzilopochtli en Tenochtitlan. En el día final del ciclo azteca, cada cincuenta y dos años en la llamada "Toxiuhmolpilia" (átense nuestros años); representaba la cuenta de los años según la tabla del inventor Quetzalcóatl. El pueblo se reunía en la plaza, ante la pirámide de Huitzilopochtli al medio día. Los cuatro sacerdotes representativos de los cuatro Dioses creadores, que enviaron a la Tierra los del decimotercer cielo; Ometecutli y Omecíhuatl (dos señor y dos señora) subían las trece gradas del Teocalli y en la plataforma daban trece vueltas simbólicas, deteniéndose en cada señal de los cuatro puntos cardinales, de la cuenta de los años aztecas del ciclo Nahoa (13 x 4 años =52 años), al son de melancólicos caracoles, chirimías, teponaxtles y huéhuetles. La primera vuelta principiaba por el Sur o huitztlampa.- El que representaba a Huitzilopochtli, iba vestido de azul con un águila en la mano, se adelantaba y decía: ¡ce Tochtli! -"un conejo"-, repetían los demás sacerdotes Dioses (al tomar un conejo y con las manos en alto Huitzilopochtlilo ofrecía a Tonatiuh y giraba, dando una vuelta completa). Después, al dirigirse todos los sacerdotes al Oriente o tlapcopa.- Le tocaba el turno al Dios sacerdote de la siembra Xipe Tótec, el que se vestía con la piel desollada, el del ropaje rojo, empuñando dos cañas giraba dos veces con la mirada en el cielo y pronunciaba: ¡ome ácatl! -"dos cañas"-, respondían los demás. Caminaban lentamente hacia el Norte o mictlampa.- El Dios Tezcatlipoca, todo de negro, cubierto con una piel de jaguar; en su cetro, un espejo de obsidiana; en alto mostraba tres cuchillos de pedernal, al girar tres vueltas decía: ¡yei Técpatl! -"tres cuchillos de pedernal, tres años"- contestaban los acompañantes Dioses sacerdotes. Luego se deslizaban al Poniente o cihuatlampa.- Descansaban un poco, se adelantaba el sacerdote Dios Quetzalcóatl, ataviado de blanco con una estrella refulgente pintada en la espalda y sosteniendo en una mano el planeta Venus; se apoyaba en un báculo en forma de serpiente emplumada; levantaba las manos hacia el cielo y exclamaba: ¡nahui calli! respondían -"cuatro casas, cuatro años, la morada de las Diosas Mujeres"-, y con respeto los demás sacerdotes se inclinaban con una reverencia, rendían pleitesía a las mujeres muertas convertidas en Diosas, mientras Quetzalcóatl terminaba los cuatro giros sobre sí mismo. Al final de los cuatro años, después de caminar hacia los cuatro puntos cardinales, comienza el quinto año, es la segunda vuelta para contar otros cuatro años; seguían dando vueltas sobre la plataforma hasta la vuelta decimotercera; se adelantaba Huitzilopochtli al: Sur o huitztlampa. Huitzilopochtli gritaba: ¡Toxiuhmolpilia! Todos gritaban ¡Toxiuhmolpilia! -"se atan nuestros años" ¡cincuenta y dos años! - ¡Toxiuhmolpilia! Repetían estruendosamente las voces del pueblo.
Invocaban la ayuda de sus Dioses para otros cincuenta y dos años: ¡Tonatiuh! ¡Huitzilopochtli! ¡Quetzalcóatl! (mientras giraban los cuatro Dioses sacerdotes),y al detenerse, se apagaban las llamas de los cuatro pebeteros situados en los cuatro puntos cardinales, callaban las voces y el acompañamiento musical; en silencio bajaban la escalinata de la pirámide. Los residentes tenochcas regresaban a sus hogares. Toda la muchedumbre formada por sacerdotes, reyes, gobernadores o caciques, guerreros, enviados especiales de todos los confines del vasto Imperio Nahoa, se encaminaban hacia el Cerro del Uizachtécatl o de la Estrella al atardecer.
Otro aspecto de este día. Consistía en arrojar al cieno de la laguna todos los ídolos de sus Dioses, así como sus utensilios domésticos: esteras o petates, las piedras del fogón, los incensarios y cuanta lumbre había se apagaba; las casas quedaban limpias, vacías; ayunaban, se punzaban las orejas con espinas de maguey y sangraban.
En todo el Imperio invadía la incertidumbre de la muerte o de la vida. Hasta en los pueblos conquistados más allá de las montañas que circundaban por doquier se escuchaban sollozos, lamentos e invocaciones a los Dioses para que les concediera la prolongación de la vida, otros cincuenta y dos años "Un Tonatiuh resplandeciente".
Última Ceremonia del Fuego Nuevo
Los aztecas habían dado por concluido el cuarto sol con la destrucción de Tollan, en el año 1116, y empezaron un quinto sólo de ellos. Como todo sol tenía que terminar por una gran desgracia que pusiese en peligro la existencia de la humanidad, creían que llegaría vez en que al fin de uno de sus ciclos de cincuenta y dos años no saldría el sol de nuevo, pereciendo por tal causa la especie humana. Para conjurar el peligro hacían fiesta el último día de cada ciclo al fuego que era su dios creador y padre del sol ofreciendo en sacrificio a las víctimas que resultaban en las guerras que hacían desde su peregrinación. Los mexica dieron mayores solemnidades a la ceremonia y preocupación y fiesta se fueron extendiendo por el territorio.Fray Juan de Torquemada relata que llegado el último día del ciclo, en todo el reino se esperaba con miedo lo que aconteciera, porque creían que si no se sacaba fuego se acabaría el mundo y sería el fin de la humanidad y que aquella noche y aquellas tinieblas serían perpetuas, que el sol no volvería a nacer ni a aparecer por el horizonte y que de arriba vendrían y descenderían los tzitzimime -demonios feos y terribles- que se comerían a los hombres. Por todo esto se instituyó la ceremonía del fuego nuevo.
De ésta ceremonia dice Fray Bernardino de Sahagún describió que, acabada la rueda de los años del ciclo, se hacía una gran fiesta que llamaban Toxiuhmolpilli que significa "atadura de los años", y que se hacía cada cincuenta y dos años. Cuando se acercaba el día señalado para sacar el fuego nuevo, cada vecino de México arrojaba el agua de las acequias o la laguna a los dioses que tenían en su casa, las piedras del hogar y los texólotl para moler, y limpiaban muy bien las casas y apagaban todas las lumbres.
El lugar señalado donde se hacía la dicha nueva lumbre era encima de una sierra que se llamaba Huixachtlán o Huizachtépetl —situada entre los pueblos de Iztapalápan y Culhuacán— donde se hacía la lumbre a media noche y el palo de donde se sacaba el fuego estaba sobre el pecho de un cautivo tomado en la guerra; sacaban la lumbre de un palo bien seco con otro palillo largo y delgado como asta y cuando acertaban a sacarla y estaba ya hecha inmediatamente abrían las entrañas del cautivo, le arrancaban el corazón y lo arrojaban en el fuego atizándole con él y todo el cuerpo se consumía en la lumbre.
En la víspera de la fiesta, ya puesto el sol, los sacerdotes se vestían como los dioses y caminaban despacio y en silencio desde el centro y llegaban al cerro de la estrella casi a la media noche. Mientras tanto el resto de la población esperaba con miedo, algunos en lugares altos, a que apareciera la lumbre en lo alto del cerro y una vez vista la luz, se cortaban las orejas, adultos y niños, para tomar su sangre y esparcirla en dirección al fuego.
Mientras en lo alto del cerro, los sacerdotes tomaban el fuego y se lo daban a corredores muy ligeros que iban con rapidez a repartir la lumbre a las diversas poblaciones. Los de Tenochtitlán llevaban las teas de pino primero al templo de Huitzilopochtli y de ahí a otros templos y a sus aposentos, así como al resto de la ciudad llenando cada rincón de luz y regocijo.
Así los pobladores renovaban sus alhajas, vestidos y colocaban petates nuevos en señal del ciclo que comenzaba.
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